Mientras adoraba a Dios en un parque, la joven cristiana Jheni Albuquerque interpretaba una canción con todo su corazón, sin imaginar que su voz llegaría tan profundo.
En medio de su canto, un trans indigente se le acercó, visiblemente conmovido. Con los ojos cerrados y el alma acongojada, escuchó atentamente cada palabra.
Lejos de detenerse o alejarse, Jheni respondió con lo más poderoso: un abrazo lleno del amor de Cristo, y continuó cantando. Al final, se fundieron en otro abrazo que selló un momento cargado de presencia, compasión y esperanza.
Un testimonio vivo de que el amor de Dios no tiene fronteras.
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