Tampoco te di las gracias por mis amorosos hijos y nietos que son la hermosa eclosión de mis genes y de mis sueños, ni por mi esposa amada que ha sido el firme timonel de mi velero que navegaba a la deriva, ni por mis piernas frágiles que todavía sostienen mis andares, ni por mis inseguros dedos que alegremente aún teclean las ideas que brotan alborozadas, de mi mente. Ni por el pan de cada día, el techo y el abrigo que nunca nos han faltado.
Tampoco te di las gracias por mis modestos padres que fueron luchadores, soñadores y honestos, ni por los buenos amigos... Ni por tus muchas otras bendiciones; pero con humildad y alegría brotó quedamente de mi pecho un espontáneo y familiar saludo: ¡Buenos días, mi Dios, mi paz, mi redentor, mi gran amigo! ¡Bendice también a mi nación y a todos los ciudadanos del mundo!
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